Hoy, al terminar mi jornada laboral he salido por la puerta principal en lugar de bajar directamente al garaje ya que mi señor esposo ha venido a buscarme.
No habíamos andado ni diez metros cuando he visto como el viento empujaba esta pequeña pelota disco y la hacia rodar a toda velocidad, como si andara con prisa por la vida. Después ha rebotado en el bordillo y ha venido hasta mis pies.
Se ha quedado ahí quietecita, dejando que el sol de la tarde se reflejara en sus espejos iluminando con motas de arcoiris el asfalto.
Me ha parecido precioso. Esa bola pequeña, en un entorno que no le pertenece, no se priva de iluminar con su brillo aquello que está a su alrededor.
He bajado al garaje pensando en la bola. En que al menos una foto le tenía que hacer, porque me ha recordado lo importante que es saber que nuestro brillo no se pierde, no nos lo pueden robar y nadie será nunca capaz de apagarlo.
Tu luz, tu brillo, eso que desprendes porque eres magia, estará siempre contigo. Incluso en los momentos más oscuros, en los ecosistemas donde no pegues ni con cola y en cada paso que des.
Ah… que ya no es lo de antes, dices. Que antes brillabas más y que ya no crees en estas cosas.
Si, ya sé cómo me dices… pero te equivocas. Yo también lo pensé y te aseguro que volverás a brillar incluso más fuerte cuando el tiempo y el viento te empujen a una nueva etapa.
Porque el tiempo cura. Y alinea. Y equilibra de nuevo.
Ocurrirá. Porque lo llevas dentro desde que naciste y te acompañará allá donde vayas, permitiendo que ilumines desde todos tus ángulos.
Lo que no sé es si Pablo sabe todas las películas que me monto … porque menuda cara que ha puesto cuando me ha visto volver sobre mis pasos, correr, coger la pelota y meterla en mi bolsillo.