Uno de los mayores logros que una persona puede conseguir es evolucionar. Hacer balance cada cierto tiempo de nuestras experiencias y valorar lo que cada una de ellas nos ha aportado.
Evolucionar es adaptarse. Asumir. Dar un tiempo considerable a las heridas para que cicatricen pero no estar lamentándonos infinitamente por lo que puedo ser y no fue.
Evolucionar es perdonarse por errores pasados y dejar de darle vueltas. Atesorar como un triunfo lo que hemos aprendido.
Evolucionar también es perdonar a otros. Pasar página. Aprender qué es lo que nos molesta de los demás y si te apetece averiguar por qué y tener claro en qué no queremos convertirnos.
Evolucionar es responsabilizarse de algunas de las cosas que nos pasan. No echar la culpa continuamente al entorno o a los demás. Ya sabes… “No culpes a la noche, no culpes a la playa, no culpes a la lluvia… (Vamos…) ¡Será que no me amas!”
Evolucionar es limpiarnos de viejas costumbres que emocionalmente nos dañan. De verdad: ha de llegar un momento que aprendamos a vivir generando nuevas costumbres que nos aporten bienestar.
Evolucionar, en definitiva, es dejar de maldecir nuestra mala suerte y reconstruir aquellas cosas que merecen ser remodeladas o adaptadas a los nuevos tiempos. Y eso solo lo puede hacer uno mismo.
Hay un gran trabajo por delante si realmente deseas salir de donde estás. Y no te diré que la meta merece la pena y todo ese rollo porque obviamente la merece… es el viaje, el trayecto hasta que llegas a meta lo que va a ofrecerte tantas cosas que impepinablemente vas a tener que liberar espacio para llenar tus reservas de luz, sabiduría y nuevas experiencias.
Si donde estás ya no te gusta, es hora de elaborar un plan. Es hora de dar el paso y evolucionar.