Hoy igual os decepciono.
Así, para empezar una entrada… No está mal… ¿Verdad?
Muchas veces, en comentarios, mensajes e incluso así cara a cara he leído y escuchado algo parecido a esto «Marian, es que tu eres muy fuerte, te admiro por eso… eres muy positiva y luchadora»
Y bueno, yo que me conozco bien y que se como soy, os voy a contar algo.
Tengo un buen puñado de miedos. Muchos.
Empecé sintiendo un vértigo absoluto cuando supe que ser madre no sería fácil para mí. Me jiñaba de miedo. Porque en mi vida había deseado tanto algo como ser madre. Nada.
Me daba igual como se desarrollara lo demás, pero lo de ser madre… eso tenía claro desde siempre que es lo que quería ser.
Y bueno, a la vista está, que no ha podido ser.
Para rebozar más el asunto, llegaron miedos aún peores, mucho peores, algunos terroríficos: miedo a enfermar definitivamente… a no valerme por mí misma. Terror pensar en que puedo perder mi capacidad cognitiva y dejar de ser creativa, de olvidarme quien soy y de que las personas que más quiero tengan que ocuparse de mí. Me da miedo no tener fuerza ni para hacerme las cejas y llevarlas mal depiladas o como Frida Khalo.
A cambio, personalmente, no tengo miedo a morir. Pero si tengo miedo a que mi gente sufra. Mucho. Es lo que más miedo me da. Y que no sean felices. Una locomotora de pánico me recorre de la cabeza a los pies cuando pienso en eso.
Bien. Vayamos por partes.
Cuando todo giraba en torno a ser madre o no serlo, a si el tratamiento de Reproducción Asistida funcionaría o no (y ese era la mayor de mis preocupaciones) vino aquella otra noticia terrible y tras pasar por los momentos más duros que he tenido que experimentar, llegó como una mariposa un descubrimiento que cambió muchas de las percepciones que tenía.
Estaba claro: la vida no se desarrolla a nuestro antojo. Va desplegando su guión y somos nosotros quienes tenemos que ajustarnos a ella, saltando obstáculos e intentando no hacernos demasiadas preguntas tipo ¿Por qué yo? o mirar atrás con desdén lo que podía haber sido y no es.
Las cosas pasan… sin motivo alguno, sin ser merecedores de ellas, sin que el Universo se haya confabulado para darnos por culini. Pasan y ya está.
Y es entonces cuando si estamos muy, pero que muy atentos, en nuestro interior empieza un desfile de majorettes que nos presentan las herramientas necesarias con las que podremos hacerle frente a muchas situaciones.
No es necesario ser fuertes por naturaleza. Yo no lo era, te lo aseguro… no lo era para nada. No quería ni pensar, cuando aún no sabía de la misa la media lo que me iba a ocurrir, que yo no pudiera tener un hijo al que adorar, al que contarle cuentos, al que abrazar, que me dijera «mamá» o que buscara mi abrazo y solo el mío cuando necesitara amor maternal (sin importar la edad, claro… las madres son madres forever)
Empecé a pensar que igual había algo diferente preparado para mí ahí adelante. Y no me senté a esperar. Fui a buscarlo: Empecé a escribir (que es una de las cosas que más me gusta del mundo, después de soñar con Ricky Martin y de la probabilidad que algún día inventen el chocolate, las patatas bravas y los donuts con cero calorías) y no lo hice a sabiendas de lo que iba a ocurrir después. Simplemente… ocurrió.
Mandé el manuscrito (ignoro de donde saqué la poca vergüenza para hacerlo, pero algo me dijo que debía intentarlo) y hoy ese libro está en diferentes estanterías o acompañando en el proceso a personas que están en ello o conocen a alguien que lo está)
Y de una manera mágica, mi historia viajó de un lado a otro y volvió a mi en forma de mensajes de agradecimiento, de personas increíbles a las que he conocido en el camino, de teles, de radios, de prensa… (¿A quien no le gusta pasar un ratito en la sala de maquillaje de la tele? Ahí si que hacen magia de la buena, te lo digo yo…)
Solo quedaba por solucionar mis otros miedos. Los que me abrasaban con incógnitas de futuro, los que se paseaban ante mí por la calle viendo infinitas sillas de ruedas y provocando en mi preguntas terribles «¿Tendrán ellos Esclerosis Múltiple también?» y un golpe seco en el estómago siempre me aturdía y me dejaba helada por dentro.
Llegué a pensar que prefería tener una enfermedad con un pronóstico peor pero que al menos tuviera una posible cura ya establecida. Una oportunidad vamos.
Llegué a pensar que no quería vivir así, que tomaría soluciones por mi propia cuenta antes de verme en esa situación. Organicé en mi cabeza cosas inombrables, cosas que solo piensas cuando estás entre las cuerdas atrapada en un miedo tan profundo que te impide ver nada más.
No se que ocurrirá conmigo. No lo se. Pero ese es el motivo por el que no quiero parar de crear, de vivir, de disfrutar cada segundo de sol, de lluvia, incluso de observar una tormenta, de enamorarme de cómo la naturaleza cambia su paisaje en cada estación… de abrazar a mis sobrinos, de decirles muchas veces «te quiero» para que no lo olviden jamás, de hacerles sentir afortunados… No quiero dejar de pasar tiempo con los míos, de escucharles, de reír. Quiero vivir intensamente cada segundo con mi marido, de agradecerle lo mucho que me ha enseñado y de besarle todos los días y de agarrarme de su mano para que los miedos que quedan salgan escopeteados (en cuanto vean el guardaespaldas que tengo, tan alto, fuerte y guapo, estoy segura que cualquier sentimiento malvado no se atreverá conmigo).
¿Por qué os cuento todo esto?
Porque si no hubiera vivido todo lo que he tenido que experimentar en estos dos últimos años, jamás hubiera descubierto esta otra puerta de emergencia. Jamás. Seguiría en mi pedo rosa, maldiciendo porqué no salen mis planes como yo quería.
De verdad, olvídate… las cosas pasarán tal cual tengan que pasar. No es esa la finalidad de esta vida, de lo que trata es de la oportunidad de desplegar tus alas y saber como utilizarlas sin importar cuantas veces hemos de aprender a volar hacia donde queremos.
Mira los patos. Tampoco es que vuelen mucho y ahí están. Seguro que algunas veces piensan que teniendo las mismas alas que un águila no pueden hacer esas acrobacias tan majestruosas sobre un profundo azul en el cielo. Y sin embargo ahí están, andando rápidos como si no fueran a llegar a tiempo al banco, surcando el agua de un estanque o río y de vez en cuando marcándose un vuelo (igual no tan molón como el de otras aves, pero un vuelo al fin y al cabo).
Es absolutamente esencial disfrutar de lo que tenemos, de nuestra gente, de nuestras virtudes, de las cosas que nos gustan (por muy pequeñas que sean), de proyectar nuestros sueños y ponerlos en marcha, de seguir nuestro camino apartando matorrales que nos arañen las pantorrillas y no nos dejen avanzar. De ser tolerantes, respetuosos, de regalar una sonrisa diaria al menos… de rodearnos de gente que sea positiva y hacer a un lado elegantemente a aquellos que se quejen continuamente, que no sepan ver los pequeños destellos de luz en cada día y que no nos dejen avanzar como queremos.
Si tienes la oportunidad de hacer algo realidad, no la dejes escapar. Por muy pequeño que sea el porcentaje de éxito, porque nadie te dice que el viento cambie a tu favor y te traiga cosas maravillosas que no esperabas.
Os dejo este tema de Sheppard, su grito «Gerónimo» me parece muy simbólico… ir avanzando hacia delante y soñar que tras un torrente de agua cayendo de una cascada, encontraremos la fuerza y el ánimo para seguir.
Yo seguiré cayendo, muchas veces (es lo que tiene ser de carne y hueso), pero tal vez a partir de ahora grite «Geróooonimooo» y me lance de nuevo a la lucha, creando y construyendo.