Mira. Te voy a decir algo que ojalá en uno de esos días grises del 2013 o de mi turbulento 2017 me hubieran dicho a mí.
Imagina que te cojo por los hombros y levanto esa barbilla tuya tan bonita para que me mires a los ojos y sepas que esto es importante.
Pasará. Si. Este trago amargo pasará aunque ahora estés entornando los ojos con cansancio porque llevas una trozo de acero atravesando tu esperanza.
Nada-es-eterno.
Como no lo son los momentos felices, esos que pasan tan rápido como lo que dura un helado, un libro que te ha enamorado, el pelo liso en la playa o un buen revolcón.
Me gustaría que me creyeras. Que hay un sol ASÍ DE GRANDE para secar tu ropa después de la tormenta. Para caldear tus mejillas. Para rellenar de nuevo tus reservas de energía, esperanza e ilusión.
Para creer de nuevo que podrás seguir.
Hay algo bueno en pasar una tormenta… y es que después de todo, habrás dejado atrás cosas que te preocupaban en exceso y no merecían tanta atención.
Tómate tu tiempo. Permítete soñar incluso en tiempos convulsos (son microcápsulas de esperanza que te ayudarán a salir a flote), no hables con nadie si no necesitas hacerlo, pero dirígete a ti misma con cariño y no te martirices.
Pide ayuda. Siempre te lo digo. Esto es importante. Un salvavidas en la tempestad viene fenomenal.
Y cuando todo pase… ay cariño… saldrás al mundo con un semblante sereno dispuesta a continuar hacia delante. Como una heroína.
No te olvides celebrarlo. Salir adelante tras las adversidades es un triunfo. Tuyo. Así que te lo dices muchas veces («Ole yo» está muy bien para empezar)
Podrás.