Dudé mucho en compartir públicamente lo que me estaba pasando.
En primer lugar porque no me apetecía ni siquiera pensarlo.
En segundo lugar porque mi desconexión de redes sociales fue precisamente algo que me ayudó a poner distancia con todo y centrarme solo en mí.
(Aprovecho para pedir disculpas si en este tiempo no he contestado a vuestros emails, mensajes y privados… no sé si algún siglo de estos me pondré al día con todo los correos que tengo pendientes, pero ahora mismo no tengo tiempo material ni fuerza para intentarlo siquiera)
Pensé también que de hacerlo, restaría muchas posibilidades a encontrar un trabajo. Cosa, que por otro lado, me interesaba mucho empezar a hacer.
Un trabajo de verdad.
Eso de ir por ahí dando charlas y conferencias, está muy bien. Es muy interesante, creativo, conoces gente y los canapés son estupendos pero necesitaba un sueldo a fin de mes que me dijera “Hola qué tal” en mi cuenta bancaria.
Las charlas, amigos, cuando las cobras, que NO ES ASÍ en el noventa por ciento de los casos, no dan para vivir (os sorprenderá esto, pero estos cuatro años he estado haciendo tantas cosas gratis que me siento como las muestras que las dependientas de Sephora te meten en la bolsa cuando haces una buena compra o cuando les caes bien, que no es siempre así todo sea dicho de paso)
Necesitaba trabajar, además, por otro gran motivo: mi autoestima.
Es cierto que podría ser de esas mujeres que se dedican a su casa, a preparar la comida y a tener todo impecable. Levantarme a las siete, ir al gimnasio y apuntarme a un club de lectura, pero creo que en otra vida debí ser hormiga y mi yo interno no contempla la situación de ser alguien que depende de alguien. Y ojo, no pasaría nada… pero es que no puedo. No estoy programada de ese modo (cosa de la que también hablaré en sucesivas entregas, porque he tenido que desprogramarme en este sentido para poder salir a flote)
Cada vez que tenía que usar dinero de la unidad familiar que somos P. y yo me sentía como si estuvieran dejándome un riñón. Y no es que P. hiciera nada para que yo me sintiera así. Todo lo contrario. Insistía en que ese dinero era de los dos.
Aun así ahí empezó en el centro de mi estómago una vorágine de culpabilidad, de sentimiento de inferioridad y de ser un lastre que se sumó a otras cosas que iremos viendo poco a poco.
Cada vez que tenía que echar gasolina y usar la tarjeta conjunta me daban ganas de largarme con el depósito lleno y sin pagar. Me imaginaba como Thelma y Louise, pero sin Louise. Y sin Bradd Pitt. Menuda mierda todo.
En cambio entregaba la tarjeta y era como si me abofetearan.
– Así que es usted la escritora, la que ha rodado por toda España, la que ha hecho anuncios, la que ha dado conferencias y ahora no tiene un céntimo para pagar su propia gasolina… ¿verdad? – imaginaba que decía el chico de la gasolinera.
– Si. Pero he ayudado a mucha gente – decía yo.
– Si, si.. ja ja… que maja – se reía él – son cuarenta euros, que por supuesto no va a pagar usted. Jeta. Que es una jeta. Que no tiene dinero para gasolina y tiene que usar la tarjeta conjunta.
– Soy una jeta, soy una jeta, tengo que usar la tarjeta conjunta – y me marchaba arrastrando los pies
También estaba aquella cosa de que cuando no me encuentro bien me gusta ir a dar una vueltecilla por Puerto Venecia y comprar alguna chorrada o simplemente sentarme en una cafetería, pedirme un café o un Smoothie y leer hasta que mis propios ojos me dan puñetazos para que les deje descansar.
Pero claro, no era viable si no lo hacía con mi propio dinero.
Tampoco comprarme un maquillaje caro. O un libro. Aunque en esto último descubrí Re-Read y pude llevarme torres de libros por dos euros y ser feliz. Dos euros no es nada. Dos euros podía sacarlos sin culpabilidad de la tarjeta conjunta.
Fuera como fuera: necesitaba trabajo.
Así que empecé a ser más activa en Linkedin. Pero creo que encontrar trabajo en Linkedin es más difícil que ver un Unicornio a lomos del dragón rosa de la Historia Interminable.
Empecé a movilizar a algunos de mis contactos. Muy pocos, todo sea dicho. Me daba mucha vergüenza tener que ir pidiendo.
Pero un buen día… sucedió un milagro.
Así, tal cual te lo estoy contando.
Hace tiempo en una de esas conferencias que no te pagan nada y te gastas mucho, me reuní en Madrid con varias amigas que he conocido a través de estas charlas en las que ayudamos a otras personas a superar la infertilidad. A partir de ese día creamos un grupo de WhatsApp y compartíamos nuestro día a día.
Fueron unas de las primeras en conocer qué es lo que me estaba pasando cuando “Depresiosi” apareció en mi vida.
También me abrí con ellas y les dije: “Necesito trabajar o me volveré loca. Ya no es solo por el dinero, es que necesito trabajar” y lo dije sin ánimo de nada. No les estaba pidiendo trabajo, me estaba desahogando.
Entonces Anabel Manchón de Surrofamily me mandó un mensaje privado y me dijo: “Mañana te llamo”
Y me llamó cuando estuvo con Rubén, su marido.
Me propusieron ayudarles con sus redes sociales. Que necesitaban una ayuda durante algún tiempo y querían sin duda alguna fuera yo. Pensaban que era un trabajo que independientemente de mi estado emocional podía llevar. Que me ayudarían siempre que yo quisiera. Que no era necesario que publicara siempre, que si un día no me encontraba bien que no lo hiciera. Que lo harían ellos. Querían ayudarme y no sólo me pagarían, sino que también me darían de alta en la Seguridad Social y cuidarían de mi bienestar profesional el tiempo que necesitara.
He de decir que Surrofamily es una empresa familiar. No es una multinacional ni nada por el estilo. Su inicio fue de hecho altruista, para ayudar a otras personas que desean ser padres a través de Gestación Subrogada. Poco a poco se consolidó como lo que es hoy, un referente en agencias de acompañamiento y asesoramiento, formado por un Staff de especialistas, abogados, pediatras y psicólogos que ayudan a formar familias.
Sinceramente, aún no me creo que esté colaborando en un proyecto de esta magnitud. No tengo palabras. Pero más aún que me ayudaran en un momento crucial.
Puedo trabajar desde casa (e incluso desde Puerto Venecia) y se están preparando cosas muy hermosas donde mi opinión se escucha con interés y se valora.
Confesar que has pasado por un proceso de depresión y encontrar trabajo es difícil.
Porque crees que la gente va a pensar que te falta un tornillo y que jamás te recuperarás, que corren el riesgo de que les dejes tirados o que veas gnomos en el jardín.
Mi intención con todo esto es que se conozca qué es la depresión. Que es un proceso con un principio, un desarrollo y un fin. Que no te falta un tornillo, que te recuperarás y que no tienes por qué dejar tirado a nadie. Lo de ver gnomos en el jardín es fácil que los veas si efectivamente hay gnomos en el jardín, si no, no tienes por qué verlos.
Se que estoy arriesgando mucho contando todo esto. Pero no me importa.
Esto es parte de mí.
Como lo fue mi proceso en Reproducción Asistida y afrontar una enfermedad como la esclerosis múltiple.
Es lo que soy. Y me siento más fuerte gracias al cómputo de obstáculos que he saltado.
No creo que nunca agradezca haber pasado por todo esto, pero desde que he atravesado ese pozo y he visto la luz, me siento como si estrenara un vestido nuevo.
Y me gusta este vestido. Me encanta de hecho.
Está confeccionado a mi medida.
Ahora si. Ahora si que soy yo. Ahora estoy mucho más completa que antes.
Y esto es de las únicas cosas que no sé explicar con palabras, porque se siente o no se siente. Como cuando te enamoras por primera vez.
Leí tu post anterior y por un momento hasta dudé que fuese reciente. No he pasado por una experiencia como la tuya, pero estoy lidiando con mi propia espera que me tiene justamente en ese estado de no sentir nada.
Desde que te leí por primera vez me abrí a la oportunidad de sentirme mal por mi situación de aceptar que todo esto no era sencillo; pero con el paso del tiempo me siento perdida en este abismo de no saber o no querer enfrentar mi realidad.
Me alegra escucharte y me alegra tu nuevo vestido!!