¿Sabes cuándo te dicen eso de que debes aprovechar el momento, que la vida es un suspiro, que todo pasa muy deprisa y que deberías ser feliz con lo que tienes porque las cosas que merecen la pena son las pequeñas?

Pues bien.  Confieso que aquí donde me ves, he tenido mis dudas.

Hay momentos que de verdad, así a bote pronto, no parece que les puedas sacar mucho jugo.  Y sobra decir que estaba deseando que pasaran pronto o que jamás los hubiera tenido que encarar.

Me preguntaba ¿Cómo se supone que he de aprovechar esto?  Porque es una sensación muy parecida a cuando alguien con quien no tienes demasiada confianza te regala algo de ropa para tu cumpleaños o para Navidad y no le puedes decir “El ticket regalo lo tendrás por ahí ¿no?”

Hago aquí una pausa para decirle al mundo entero que nunca, nadie, deberíamos regalar ropa a otra persona, a no ser que estemos segurísimos de que es eso lo que quiere exactamente en cuanto estilo, talla y color.  Y con esto quiero decir que te lo haya señalado o te haya dicho claramente “Esto es justo lo que debes comprar para mi cumpleaños”

He pasado por muchas fases en mi vida, desde muy pija a super hippie y te aseguro que ha habido momentos en los que me he preguntado qué imagen he proyectado en esa persona para que me regalara un poncho marrón con dibujos tiroleses y dos pompones a los lados.

Bueno, a lo que iba.

Aquel poncho de pompones tiroleses no lo pude aprovechar como tantas otras cosas (aunque a mi madre ve preciosidades en algunas de esas cosas y las lleva la mar de feliz , pero es que sobre los gustos de mi madre ya hablaremos en otro momento… con documentos gráficos de cómo nos vestía de pequeñas… por mucho menos ha habido gente que ha pedido cambiarse el apellido, de ciudad e incluso de país) al igual que no he podido aprovechar otras etapas de mi vida y que lo único que he podido hacer es sentarme a esperar a que pasaran.

Por otro lado lo de que la vida es un suspiro es verdad.  Aunque en la niñez parecían no pasar las horas y conté miles de veces qué edad tendría cuando llegara el año 2000.

Tendría 26 y pensaba que habría naves espaciales surcando los cielos, que podríamos tele transportarnos, que sería una mujer casada y que ya tendría varios hijos.

Pensaba que con veintiséis ya me habría dado tiempo suficiente de encontrar al amor de mi vida, casarme y todas esas cosas que alguna releerá con recelo pensando que vaya cuento me vendieron, cuando en realidad era lo que yo quería y nadie me vendió.  Lo puedo asegurar.  En mi casa se podían vender muchas fórmulas de vida pero eso de los príncipes azules no nos lo vendieron jamás… en todo caso lo de “Tienes que ser independiente y no permitir que nadie te mantenga” o “Sola y sin hijos también se está la mar de bien”

Así que llegó el año 2000 y oye, nada de naves espaciales por aquí, nada de tele transportarme por allá, nada de casarme y nada de hijos.  Justo en el dos mil acababa de terminar una relación larga, larguísima y en lo que menos pensaba era en volver a empezar otra  ni-de-co-ña.  Me habían destrozado el corazón y bastante tenía que iba recogiendo pedacitos mientras pensaba que las letras de las canciones de Malú iban dirigidas a mí.  Hubo un tiempo en que Malú decía verdades como puños hablando de que si has sido tú y yo tu aprendiz.

Así que a los veintiséis, después de haberme pasado desde los diecisiete con novio formal, de llevar independizada desde los dieciocho y de compaginar varios trabajos para poder pagar el alquiler, el teléfono móvil  y sobrevivir a base de macarrones con queso, no veía muchas perspectivas de que lo de los hijos estuviera cerca.

Eso sí, mi madre y mis tías me dijeron que no debería preocuparme por nada, porque a día de hoy cualquier mujer podía ser madre sin necesidad de estar con ningún hombre.  Eso me dio algo de esperanza en el futuro y dije “Pues oye, también es verdad”

Y como suele pasar, cuando menos deseas encontrar a alguien es cuando menos tarda en aparecer.  En un concierto de música country, un amigo de toda la vida me presentó al que sería mi marido (esto le sirvió para que yo lo viera como si llevara una pegatina de garantía de seguridad «Inofensivo.  Respeta el medio ambiente» en la frente)

Después de un tiempo saliendo me aseguré de que aquella pegatina decía la verdad, pero yo seguía empeñada en que así, siendo BatNovia estaba muy bien y me garantizaba un noviazgo sin estrés.

Él me dijo tantas veces que si yo no quería no teníamos por qué dejar de ser solo amigos y que no teníamos por qué salir en serio que terminé por creerme que era eso lo que yo quería hasta que varios años después le dije que como broma ya bastaba y que lo que yo quería de verdad era casarme, pasar por el Altar y ponernos cuanto antes con lo de los hijos.

Otro hubiera saliendo huyendo y él casi lo hizo (porque en realidad a él lo de casarse y tener hijos le daba más vértigo que todas las cosas juntas), pero algo debió hacerle cambiar de opinión (y no fue ningún jamón) porque en menos de diez días tuvimos reservada la Iglesia y la finca donde seis meses después celebraríamos el banquete.

Como nos pareció poco trabajo organizar una boda en tiempo récord, decidimos a la par comprar una casa y estuvimos a un punto de volvernos locos.  Gracias a que decidimos repartirnos las tareas conseguimos hacer ambas cosas bien (algo también tuvo que ver Bodas de Cuento que nos echó una mano en la preparación de la boda… cuando nadie había oído hablar del término Wedding Planner yo tuve una y descubrí que delegar de vez en cuando viene fenomenal)

Lo de no poder tener hijos me lo salto porque ya lo sabéis y lo de las sorpresas que vinieron a continuación también.

Luego llegó todo el jaleo del libro, de las colaboraciones con clínicas, de las conferencias, del grupo de apoyo, de seguir escribiendo… y empecé una segunda novela… una segunda novela que me está costando corregir Dios y ayuda, porque al terminarla empezó para mí uno de los momentos más complejos de mi vida.

Después de todo:  una depresión.  A mí. Que me he pegado media vida feliz pese a las adversidades.

Ahora ya a toro pasado confieso que muchas veces pensé que no lo superaría, que hasta ahí había llegado la Marian que podía con todo.

Veía a la gente y era como si yo fuera de otro planeta.

Me recordaba a mí misma súper positiva y alegre y era como si no me reconociera en ese nuevo formato.

Durante un tiempo había sucumbido a anestesiame con la falsa felicidad que da poner una capa de terciopelo al dolor que llevas dentro.

Y no hablo solo del dolor de afrontar una enfermedad o no haber podido ser madre.  Hablo del dolor de desmontarte por completo, pieza a pieza, para saber cuál de todas hay que cambiar o arreglar.

Ojalá todos pudiéramos hacerlo en diferentes etapas, sería lo que llaman “crecimiento personal” y una puesta a punto que genera salud y bienestar interior.  Se puede hacer sin sufrir, por supuesto… pero no fue mi caso.

La depresión va más allá.  Bajas a lo más profundo de tu ser, donde nunca, nunca, nunca has estado.  Es como el fondo de un océano sin explorar.  Es oscuro, silencioso y solo estás tú.

 

Fue ahí donde dudé que el viaje mereciera la pena.  Me asusté mucho sintiéndome tan débil y vulnerable.

Me animé a mí misma a creer que un día estaría escribiendo esto.  Que diría “mereció la pena, ya lo creo que si”

Y  hace ya tiempo que lo digo.  Que encontré el motivo por el que debía emprender aquel viaje a mi propio océano.  A ese lugar inexplorado donde encontré un cofre con el mayor tesoro personal que jamás hubiera podido imaginar:  un set de herramientas personalizadas y varias piezas de recambio.

No fue fácil encontrarlo y para ello necesité un poco de colaboración externa.  Pero si estás en la búsqueda, tú también podrás encontrarlo.  Está ahí, dentro de ti:  tu cofre con tus piezas y un Manual de Instrucciones.

Es probable que como yo necesites ayuda, todos la necesitamos.  Es como las audio guías de los museos, puedes hacer la visita sola, pero desde luego te enteras de muchas más cosas si alguien te va contando y explicando qué es lo que ves.

En mi caso, de ningún otro modo hubiera encontrado lo que andaba buscando: las vendas para cicatrizar mis heridas, varios botes de “ya no me importa” y sobre todo el manuscrito original de…

 “Actualización Marian Versión 3.0 – Incluye dossier “El valor de las pequeñas cosas”

Porque es cierto, nos gusta mucho decir en alto que somos felices con poco… pero cuando realmente sabes donde residen las píldoras que alimentan tu felicidad (no todos tenemos la misma fórmula en cuanto a ingredientes y dosis) ya tienes el remedio para resetearte tantas veces como quieras.

 

Por lo tanto.  Si.  Tuve mis dudas.

Y si… es cierto… la vida es un suspiro y todo pasa tan deprisa que deberíamos permitirnos apreciar cada momento (los que se puedan aprovechar bien y los que no, pasarán… porque nada es eterno y todo termina ocupando su lugar)

Sal ahí fuera.  Hay un mundo esperando para ti.  A saber cuántas cosas hermosas te están esperando dando saltitos de alegría porque sospechan que ya estás cerca.

Permítete tu tiempo.  Todo el que necesites.

Si vas a resetearte… hazlo bien.  Vas a quedar la mar de moderno.  A tu gusto.  A tu talla. De los colores que más te gustan.

Como si te lo hubieras regalado tú.

 

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