Qué es lo que he aprendido del amor

¿Recuerdas tu primer amor?

 

Mmmm… venga sí.  Todos lo recordamos.

 

En mi caso fue César.  Un chico de mi clase, de 2ª EGB (¿Qué años se tenía entonces? ¿Siete u ocho?)

 

No he retenido en la memoria como era su cara, pero si que era rubio, muy rubio, con un pelo rizado como el de un querubín y los ojos azules.  Y sé que él y no otro fue mi primer amor, por el que sentí bombear algo aquí dentro y por quien me ponía nerviosa si me hablaba o nos ponían juntos en alguna tarea.  Esto es algo que he conservado, amigos míos:  si el chico que me gusta me habla, inmediatamente se me anestesia la lengua y el cerebro y solo digo tonterías.  Excepto cuando conocí a Marido, ahí estuve la mar de resuelta, porque, aunque me gustó desde el minuto cero no solo guardé la compostura, sino que además pude aparentar ser una persona normal.  De las que hablan sin trabarse o pueden responder a lo que les están preguntando y no a lo que están pensando.

 

Pues bien.  Ahí se quedó César.  En 2ºEGB, porque debió cambiar de colegio ese verano y no volví a verlo nunca más.  Aún con todo lo he guardado en mi recuerdo como el niño rubio de ojos azules por el que suspiré en silencio un año entero… porque ese año fui una niña muy solitaria.  Supongo que fue porque mis padres se estaban separando y estaba mucho más cómoda leyendo a solas en el recreo o viendo a los demás niños jugar.  Hasta que apareció mi amiga Inés Ducha y me rescató de la soledad, leyendo juntas y haciendo un minúsculo club de lectura.  Pero eso es otra historia.

 

Entre César y mi marido ha habido un amplio historial, aunque no los recuerdo tanto, niños que me gustaron en clase o en las vacaciones de verano o en el pueblo o vete tú a saber.  No debieron ser muy importantes y tendrán su momento en los diarios que escribía.  Un día de estos los rescato.

 

Antes de llegar a la adolescencia apareció Pedro.  Mi Gran Amor Platónico antes de que Ricky Martin apareciera en mi vida.  Creo que tendría unos doce años y él dieciocho.  Era un técnico de imagen muy jovencito que ayudaba a mi padre en sus grabaciones (mi padre era cámara de televisión) y me hacía reír tanto que terminé por enamorarme.  Esto no ha cambiado:  a mí se me conquista por el humor.

 

Bueno, eso y que era lo más parecido a David Summers, el prototipo de chico que entonces rompía la pana.

 

El tiempo nos convirtió en algo mucho más bonito de lo que yo imaginaba:  somos medio hermanos, porque mi padre lo quiso como a un tercer hijo y él a su vez nos ha querido (y nos quiere) como a dos hermanas pequeñas.

 

Esto viene muy bien porque me ha salvado el trasero en más de una ocasión y ha intercedido por mí cuando mi padre no entendía mis primeros brotes de rebeldía en la pre adolescencia.  Pedro llegaba, le tranquilizaba y le decía «Yo me ocupo» y entonces hablaba conmigo y entraba en razón, porque si tu Amor Platónico te pide cosas es más fácil escucharle frente a un padre con el ceño fruncido y vociferando cosas de que te va a castigar hasta que el mundo se termine o no sé qué.

 

Pedro sigue en mi vida.  Por supuesto.  Y seguirá siempre.  Nos reímos mucho de esto, de que fuera mi amor platónico y de lo humillante que es que lo haya reemplazado por Ricky Martin.  No me canso de decirle que Ricky Martin jamás ocupará un pedazo tan grande de mi corazón como el que ocupa él.  Pero bueno.

 

Óscar fue el primer chico que me dio mi primer beso.  Y por el que llegué tarde a casa y tuve que inventarme excusas elaboradas como que había perdido el autobús o que mi amiga Marta no se encontraba bien y que la tuve que acompañar a casa por un bocadillo que le había sentado mal y no, no he bebido, es que me he comido un caramelo de anís e igual es eso.  ¡Ah! Ese paquete de tabaco no es mío, es de una amiga que se lo guardo para que no se lo vean sus padres.

 

Óscar también fue el primer chico que me engañó.  Y es que ya puestos que sea todo de una vez amigos.

 

Algún rollete por aquí y otro por allá (no muchos, la verdad, porque empezó a gustarme Miguel, que no me hacía ni puñetero caso y ocupó tanto espacio en mi vida que no estuve con nadie hasta que, oh lalá, finalmente se fijó en mí y salimos juntos seis meses.  También me gustó porque me hacía reír.  Pero apareció CarlosDiosMíoDeMiVida y no sé qué me pasó que ni risas ni risos, me volví loca por él.

 

Y como el Karma es sabio y justo me penalizó porque CarlosDiosMíoDeMiVida me dejó plantada en la segunda cita.  Y Miguel no me perdonó jamás que lo dejara.  Mea culpa.  Yo tampoco me lo perdoné jamás.  Pero bueno, no sería el último error que cometería en mi vida.

 

Estuve así, así un tiempo.  No mucho.  Porque un par de meses después conocí a N. y tuve una relación de unos ocho años.  Y ahí lo aprendí todo.  O casi todo.  En lo que quería y sobre todo en lo que no quería.

 

Salí muy sabia de aquello cuando todo terminó.  O eso creía yo.  Porque se me subió el rencor a la cabeza y tuve una relación con un hombre que tenía diez años más que yo (para entonces ya sumaba unos veintitrés años) al que se le olvidó decirme que estaba casado.  Un despiste como otro cualquiera.

 

Fue una época muy dura.  No por el casado, que realmente me daba igual.  Fue dura porque durante mucho tiempo seguí sintiéndome de N. y me costó mucho asumir que él ya había encontrado al amor de su vida y no era yo.  Mi corazón en mil pedazos no… en mil millones de pedazos.

 

Y entonces si.  Entonces apareció Pablo.  Y siempre se lo digo y nunca se lo cree, supe que él y no otro iba a ser la persona con la que pasearía hasta el Altar.  Porque no solo me hacía reír, me ayudó a curar cada una de mis heridas, a confiar, a dormir cómoda entre sus brazos y a sentirme solo mía.  De nadie.  Solo mía.

 

Y efectivamente pasamos por el Altar, no sin antes experimentar una ruptura de seis meses que nos hizo muy fuertes, estar seguros de que queríamos estar juntos, ser amigos para siempre y nos preparó para lo que el destino nos tenía preparado.

 

En este repaso en el que seguro se me olvidan muchos nombres pero que tampoco pasa nada por haberlos olvidado, siento que he sido muy afortunada.  Que he amado y me han amado.  Que he vivido historias que podrían dar para tres novelas y que me quedo siempre con los compañeros que se vuelven pareja.  Esos y no otros son los que merecen la pena.

Qué es lo que he aprendido del amor

¿Recuerdas tu primer amor?

 

Mmmm… venga sí.  Todos lo recordamos.

 

En mi caso fue César.  Un chico de mi clase, de 2ª EGB (¿Qué años se tenía entonces? ¿Siete u ocho?)

 

No he retenido en la memoria como era su cara, pero si que era rubio, muy rubio, con un pelo rizado como el de un querubín y los ojos azules.  Y sé que él y no otro fue mi primer amor, por el que sentí bombear algo aquí dentro y por quien me ponía nerviosa si me hablaba o nos ponían juntos en alguna tarea.  Esto es algo que he conservado, amigos míos:  si el chico que me gusta me habla, inmediatamente se me anestesia la lengua y el cerebro y solo digo tonterías.  Excepto cuando conocí a Marido, ahí estuve la mar de resuelta, porque, aunque me gustó desde el minuto cero no solo guardé la compostura, sino que además pude aparentar ser una persona normal.  De las que hablan sin trabarse o pueden responder a lo que les están preguntando y no a lo que están pensando.

 

Pues bien.  Ahí se quedó César.  En 2ºEGB, porque debió cambiar de colegio ese verano y no volví a verlo nunca más.  Aún con todo lo he guardado en mi recuerdo como el niño rubio de ojos azules por el que suspiré en silencio un año entero… porque ese año fui una niña muy solitaria.  Supongo que fue porque mis padres se estaban separando y estaba mucho más cómoda leyendo a solas en el recreo o viendo a los demás niños jugar.  Hasta que apareció mi amiga Inés Ducha y me rescató de la soledad, leyendo juntas y haciendo un minúsculo club de lectura.  Pero eso es otra historia.

 

Entre César y mi marido ha habido un amplio historial, aunque no los recuerdo tanto, niños que me gustaron en clase o en las vacaciones de verano o en el pueblo o vete tú a saber.  No debieron ser muy importantes y tendrán su momento en los diarios que escribía.  Un día de estos los rescato.

 

Antes de llegar a la adolescencia apareció Pedro.  Mi Gran Amor Platónico antes de que Ricky Martin apareciera en mi vida.  Creo que tendría unos doce años y él dieciocho.  Era un técnico de imagen muy jovencito que ayudaba a mi padre en sus grabaciones (mi padre era cámara de televisión) y me hacía reír tanto que terminé por enamorarme.  Esto no ha cambiado:  a mí se me conquista por el humor.

 

Bueno, eso y que era lo más parecido a David Summers, el prototipo de chico que entonces rompía la pana.

 

El tiempo nos convirtió en algo mucho más bonito de lo que yo imaginaba:  somos medio hermanos, porque mi padre lo quiso como a un tercer hijo y él a su vez nos ha querido (y nos quiere) como a dos hermanas pequeñas.

 

Esto viene muy bien porque me ha salvado el trasero en más de una ocasión y ha intercedido por mí cuando mi padre no entendía mis primeros brotes de rebeldía en la pre adolescencia.  Pedro llegaba, le tranquilizaba y le decía «Yo me ocupo» y entonces hablaba conmigo y entraba en razón, porque si tu Amor Platónico te pide cosas es más fácil escucharle frente a un padre con el ceño fruncido y vociferando cosas de que te va a castigar hasta que el mundo se termine o no sé qué.

 

Pedro sigue en mi vida.  Por supuesto.  Y seguirá siempre.  Nos reímos mucho de esto, de que fuera mi amor platónico y de lo humillante que es que lo haya reemplazado por Ricky Martin.  No me canso de decirle que Ricky Martin jamás ocupará un pedazo tan grande de mi corazón como el que ocupa él.  Pero bueno.

 

Óscar fue el primer chico que me dio mi primer beso.  Y por el que llegué tarde a casa y tuve que inventarme excusas elaboradas como que había perdido el autobús o que mi amiga Marta no se encontraba bien y que la tuve que acompañar a casa por un bocadillo que le había sentado mal y no, no he bebido, es que me he comido un caramelo de anís e igual es eso.  ¡Ah! Ese paquete de tabaco no es mío, es de una amiga que se lo guardo para que no se lo vean sus padres.

 

Óscar también fue el primer chico que me engañó.  Y es que ya puestos que sea todo de una vez amigos.

 

Algún rollete por aquí y otro por allá (no muchos, la verdad, porque empezó a gustarme Miguel, que no me hacía ni puñetero caso y ocupó tanto espacio en mi vida que no estuve con nadie hasta que, oh lalá, finalmente se fijó en mí y salimos juntos seis meses.  También me gustó porque me hacía reír.  Pero apareció CarlosDiosMíoDeMiVida y no sé qué me pasó que ni risas ni risos, me volví loca por él.

 

Y como el Karma es sabio y justo me penalizó porque CarlosDiosMíoDeMiVida me dejó plantada en la segunda cita.  Y Miguel no me perdonó jamás que lo dejara.  Mea culpa.  Yo tampoco me lo perdoné jamás.  Pero bueno, no sería el último error que cometería en mi vida.

 

Estuve así, así un tiempo.  No mucho.  Porque un par de meses después conocí a N. y tuve una relación de unos ocho años.  Y ahí lo aprendí todo.  O casi todo.  En lo que quería y sobre todo en lo que no quería.

 

Salí muy sabia de aquello cuando todo terminó.  O eso creía yo.  Porque se me subió el rencor a la cabeza y tuve una relación con un hombre que tenía diez años más que yo (para entonces ya sumaba unos veintitrés años) al que se le olvidó decirme que estaba casado.  Un despiste como otro cualquiera.

 

Fue una época muy dura.  No por el casado, que realmente me daba igual.  Fue dura porque durante mucho tiempo seguí sintiéndome de N. y me costó mucho asumir que él ya había encontrado al amor de su vida y no era yo.  Mi corazón en mil pedazos no… en mil millones de pedazos.

 

Y entonces si.  Entonces apareció Pablo.  Y siempre se lo digo y nunca se lo cree, supe que él y no otro iba a ser la persona con la que pasearía hasta el Altar.  Porque no solo me hacía reír, me ayudó a curar cada una de mis heridas, a confiar, a dormir cómoda entre sus brazos y a sentirme solo mía.  De nadie.  Solo mía.

 

Y efectivamente pasamos por el Altar, no sin antes experimentar una ruptura de seis meses que nos hizo muy fuertes, estar seguros de que queríamos estar juntos, ser amigos para siempre y nos preparó para lo que el destino nos tenía preparado.

 

En este repaso en el que seguro se me olvidan muchos nombres pero que tampoco pasa nada por haberlos olvidado, siento que he sido muy afortunada.  Que he amado y me han amado.  Que he vivido historias que podrían dar para tres novelas y que me quedo siempre con los compañeros que se vuelven pareja.  Esos y no otros son los que merecen la pena.

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